Cuentos

Nunca supe bien a donde iba..

Nombre: Rodrigo Medel S.
Ubicación: metropolitana-Bio bio, Chile

Licenciado en Sociología- Universidad de Chile. medelcio@gmail.com

jueves, agosto 3

Dos sujetos (paseante y paseada)

El joven tuerto veía que no sería fácil, en el mercado todo pasa rápido, es un ambiente vertiginoso, te acechan con situaciones. Pasaba mirando los rostros ansiosos de respuestas “no quiere almorzar mijito” “que anda buscando lolo” “pregunte nomás joven” se alzaban ofreciéndole carne, leche, empanadas y ropa entre otros. Estaba tan nervioso que se dio cuatro vueltas seguidas por todos los pasillos del mercado. Se le hacía urgente encontrar trabajo, el hambre se hacía incontenible.
Desesperado se sentó en la plazoleta al medio del mercado rodeado por cuatro pérgolas ambulantes manejadas por mujeres. Esta ciudad será mi tumba, se dijo a si mismo iluminado por rosas, claveles, ilusiones y crisantemos.
Se aproximó a un local de zapatos En su interior un lóbrego hombre gordo con cara de indio y borracho lo miró con tal odio que el muchacho desalojó de puro temor.
Podía observar en cada esquina la intimidación y la violencia. Del trabajo a los bares; de las casas a la calle. El joven había aprendido a tomar precauciones.

El era solo uno de la enorme masa flotante de peones, surgidos pos descampesinización, que quedaron a la deriva., que se dieron al vagabundaje. Era un característico trashumantes, un vagamundos, cambiando de lugar, oficio y mujeres tan a menudo como le fuera posible.
Este estiló de vida había pasado a ser la gran mayoría de la población en el país. Ante cada nuevo descubrimiento de minas, se embarcaban cientos de hombres esperanzados con extraer para ellos las riqueza de la tierra. La principal emigración se dio en la capital, la gran promesa del desarrollo industrial.
Esta opción lo había traído a buscar trabajo en el mercado, lugar de mayor concurrencia urbana.

Fue un pequeño y apartado negocio rojo el que llamó su atención, pero parecía estar vacío. Se aproximó sigilosamente y su sorpresa al ver en su interior a una niña de no mas de seis años de edad con manifiestas cicatrices en los brazos y en la espalda . Hola, le dijo con cara de bonachón, pero ella nada respondió, ni siquiera lo miró, estaba concentrada en su tarea de deshojar los rosetones para colocarlos ordenadamente en una corona color rosa. ¿Donde está tu mamí?, preguntó algo inquieto con la indiferencia de la infante, pero esta siguió con su faena sin levantar mirada alguna. ¡Oye! le gritó, ¡donde está tu mamá!, la chiquilla tiró la rosa al barro y levanto la vista para mirar al joven con ojos de demonio, y antes de que Carlos alcanzara a experimentar sensación alguna, la niña hizo un ruido de espanto proveniente del pasaje nasal que trinó como una bestia, ¡No hay nadie acá!, interrumpió una muchacha bonita, - La mamá de Carmen Rosa salió y no va a volver- le dijo con tono de disuasión. La muchacha lo recorre con su mirada antes de agregar-pero puedes ubicarnos en la tarde en nuestra “Chingana”, te doy nuestra dirección. Cabizbajo se largó a caminar pasillo adentro sin antes haber memorizado la ubicación de su próximo destino.


Nadie tenía claro que año había llegado Carmen Rosa al mundo, lo único que se recordaba de forma curiosa era la forma en que su madre la concibió. Al mismo momento que paría un chancho en el potrero, nacía la cría en un tumulto de paja mezclándose con pollos y gallinas. Era la hija número 16 de Carmen Luisa y al ser tantos de parecida edad, muchas veces se descuidaba y se le perdían por días enteros. Dejaron tantas tardes descuidada a la cría en el potrero, que la madre una tarde después del mercado, la fue a buscar y la pendeja cacareaba y saltaba como gallina, ahí se encrespó y decidió enseñarle a hablar y a contar castigando con varazos impíos los errores de la niña, no podía tolerar la idea que la cabra saliese inútil, necesitaba mas manos para ayudar a la malgastada economía casera. La madre la dejaba durante el día encerrada en una pieza y en las tardes cuando llegaba agotada del mercado, le enseñaba palabras y números, sólo los necesarios para mantener el negocio y cumplir con los mandados de la abuela.
Una tarde de fecha aleatoria, Carmen Luisa que llegaba mas temprano de lo habitual, no encontró en ninguna parte a carmen Rosa, busco hasta debajo del horno y nada. La sorpresa se la llevo al abrir el potrero y encontrar a la cabra fugitiva revolcándose en el lodo y mamando teta de la cochina que acababa de parir nuevamente. La madre se puso tan furiosa que levanto a Carmen Rosa de las orejas y la sacó a patadas del potrero, afuera la comenzó a azotar desmedidamente con la fusta del abuelo, estaba tan frenética que la niña se asustó mas con los gritos de la vieja iracunda que con los azotes que ella propinaba.

Cuando Carmen Luisa decidió emigrar a la periferia de la ciudad, ya muchas de sus hijas mayores lo habían hecho, por lo que le tocó cargar solo con nueve críos. Esto le fue muy útil en el momento de apelar a la municipalidad para que le otorgasen terrenos por gracia. Instalada ya en su rancho, Luisa se dedicó principalmente al cultivo de hortalizas, pero además facilitó el espacio para la realización de “chinganas” las cuales resultaban ser el principal ingreso casero.

Cuando el joven llegó al rancho ya habían muchos hombres como él, bailando y disfrutando de las bondades del alcohol. Al tuerto le dio la impresión de estar nuevamente en el campo con su gente, la forma de relacionarse era la misma y el lugar estaba lleno de animales y hortalizas.
Mientras la muchacha bonita pasaba a la cocina y servía chicha, el joven la observaba sin decir palabra. Cuando este se percató que ella lo miraba con sonrisa coqueta, este reunió el valor para ir a hablarle. No pasó mucho rato más y ya la había besado, ella lo tomó de la mano y lo llevó al granero. Ahí retozaron como cachorros en el fondo de un tumulto de desordenada paja.
Primero se escucharon ladrar a los perros, luego Carmen Rosa salió de la casa chirriando como un animal, luego la siguieron los cacareos y los chillidos, luego los vasos rotos, las mujeres llorando y los hombres apresurados en recoger sus pertenencias para escapar de ese rancho en llamas.
Carlos alcanzó a divisar a la distancia a cuatro jinetes bien montados que huían apresurados con antorcha en mano.

El ya había escuchado los rumores de la quema de ranchos que vivían la mujeres periféricas, se le echaba la culpa a los capitalistas como uno de sus tantos intentos por disciplinar la mano de obra y así construir un capitalismo liberal. El joven era consciente de los muchos intentos de disciplinamiento, fue testigo en el norte chico del azote como legítima forma de castigar la desobediencia, iban de 25 a 50. Luego se prohibieron los naipes y licores, otra formula fue la expulsión de vagos y mujeres de los sectores en que residían los obreros. Obligaban a los obreros a dormir encima de la faena donde trabajaban, vigilados por mayordomos.
Entendía bien que hayan decidido atacar finalmente uno de los nichos más importantes, el lugar donde se encontraba la base de sus relaciones sociales; el verdadero espacio libre del peón, tanto en cuerpo como palabra; el lugar donde la fiesta, la alegría y la reunión tenía mayor presencia:. Este lugar eran las “chinganas”.
El joven se dio cuenta que ya nada tenía que hacer en ese terreno calcinado colmado de llanto y desesperanza y volvió a la ciudad para arrullarse a dormir en una esquina céntrica y así probar suerte a la mañana siguiente.

Al tiempo a Carmen Luisa la trasladaron a un conventillo que se ubicaba en el sector sur de la ciudad, este debía ser supuestamente el hábitat de la modernidad. El conventillo que le tocó era siniestro, los cuartos eran bajos, sin ventilación y con un hacinamiento desesperante, eran cerca de trescientas personas (en su gran mayoría mujeres) quienes estarían viviendo apretados en un espacio contiguo al suyo. La autonomía de Carmen Luisa había llegado a su fin, ya no podría seguir auto sustentándose e iba a tener que trabajar por lo menos el doble para conseguir lo básico. La posibilidad de casar a una de sus hijas la veía muy difícil(producto de la sobrepoblación femenina) y la necesidad de conseguir nuevos recursos era inmediata. En aquel reducido espacio apenas se podía caminar sin chocar con alguien. La violencia comenzó a germinar a la par con el alcoholismo y las enfermedades. Al darse cuenta Carmen Luisa de que una de sus hijas (la muchacha bonita) estaba preñada, esta la obligó a abandonar a su hija en las puertas de un palacio patronal. Ella no iba a tolerar que su familia se siguiera expandiendo, y por eso luego de la muchacha bonita, fue obligando a todas sus hijas a ir abandonando sus crías en las puertas de las casas patronales o bien en las puertas de las iglesias, sabiendo muy bien que esa práctica ya era recurrente en las familias pobres.

El joven por su lado consiguió trabajos esporádicos por algún tiempo, pero lo cierto es que la espera de esa promesa de industrialización se hizo tediosa, insoportable e incluso inviable producto de la enorme población de peones. Por eso es que Carlos formó parte de un éxodo masivo en busca de mejores oportunidades. Unos diez mil hacia Antofagasta y Tarapacá a unirse a los nuevos mercados salitreros, otros 40 mil cruzaron las fronteras hacia Argentina, unos cinco mil se instalaron en la isla de Chiloé y otros aún mas lejos se embarcaron hacia California. En suma no menos de 200 mil peones emigraron de la zona central en menos de medio siglo, dejando las ciudades pobladas mayoritariamente por mujeres. Carlos fue uno de los miles que llegaron al norte grande a trabajar en los mercados salitreros.
Cuando este arribó, notó que la población Tarapaqueña a pesar de ser en su mayoría Chilena, tenía mucho componente extranjero. Muchos como él habían emigrado de la zona central y otros muchos del norte chico, por eso llevaron prácticas como el juego, el alcohol y la agresividad, lo que no pudo sino disgustarle a los capitalistas salitreros. La violencia y el desorden se habían vuelto parte de la cotidianidad en la zona y los conflictos Inter.-nacionalidades eran los mas recurrentes, siendo los principales entre Bolivianos y Chilenos. Los asaltos a las oficinas salitreras y el bandolerismo eran los fenómenos mas perseguidos.
El calor, la sed y la ansiedad de divertirse terminaron por agotar las expectativas que el joven tenía depositada en esa zona, pero su angustia aumentó al darse cuenta de que no tenía posibilidades de huir. Esta vez el destino le había jugado una mala pasada, se le iba a ser muy difícil conseguir dinero para cruzar esa enorme pampa, sin embargo era ágil para cambiar de una empresa a otra, práctica que se hacía cada vez mas recurrente y que terminó irritando a los empresarios.


En la ciudad mientras tanto, la transformación del espacio y de identidades había sido un tránsito difícil que tuvo que soportar la familia de Carmen Luisa, pero ya estaban, aunque de forma inhumana, funcionando dentro de los nuevos espacios. En los conventillos se veían corridas de artesanas que trabajaban para ir a vender sus productos, en las acequias iban depositando gran parte de sus basuras, el olor era insoportable y la nube de moscas era algo con lo que se tenía que lidiar todos los días. Producto del reducido espacio muchas de las acequias, llenas de desperdicios, cruzaban incluso por al medio de los cuartos, esas mismas acequias eran las que usaban las lavanderas, incluso muchas veces se le daba uso doméstico. Carmen Luisa comenzó a trabajar de lavandera al darse cuenta de que el comercio ambulante ya no daba frutos y era demasiado el esfuerzo físico para su edad. Sin embargo algunas de sus hijas seguían trabajando en el comercio ambulante, tratando de evitar el comercio sexual en el que la mayoría había caído, las mas afortunadas pudieron ejercer de sirvientes domesticas teniendo a su favor techo, comida y salubridad. La violencia en los conventillos era una nueva realidad que comenzaban a vivir los habitantes producto del hacinamiento. La ebriedad terminaba muchas veces en homicidio, cada día era una tragedia nueva , a cada rato se entregaban condolencias de una familia a otra; agredidos y agresores; ebriedad, escándalo y violencia.
Un día Carmen Luisa desató en Carmen Rosa toda su furia , adjudicándole a su delicado lomo una paliza que desataba toda la rabia de tantos años de desconsuelo e infortunio, dejando en el lomo de la niña cicatrices eternas. Esa misma tarde Carmen Rosa decidió partir a ganarse la vida a la calle y a sus trece años, se entregó a vender su único capital. Así paso de ser niña a mujer, paso de hija a madre.

En la ciudad se estaba comenzando a experimentar una sensación de pánico sin precedentes, de la muerte negra nadie se salvaba ni siquiera los mas adinerados. El cólera te pisaba los tobillos, estaba en la casa de al lado, en tu casa, arrebataba gente por decenas, todos los días habían vagabundos muertos en las calles. Arrasó con Santiago, llevándose treinta mil vidas. Se iba el cólera y volvía la muerte negra, la viruela por su lado causaba estragos y pánico. El harapaje, la suciedad y las cicatrices y manchas en la piel eran sólo una pequeña muestra de los azotes con los que vivía diariamente este pueblo del fin del mundo. Los niños lucían caras infectadas y las muchachas luchaban por retener ese poco de belleza que las enfermedades le arrebataban sin compasión con cada ola de muerte. La muchacha bonita ahora evitaba mostrar su rostro cicatrizado, y su cuerpo deteriorado e hinchado producto de sus catorce críos, ya no se cotizaba en el comercio sexual, viéndose obligada a vender fritangas en la las calles cenicientas.
La fiebre tifoidea arremetió con cerca de veinticinco mil muertos. En seis años el sarampión se llevó a mas de diez mil niños y adultos; la coqueluche catorce mil; la difteria dos mil; la gripe, mas de dieciocho mil. Todo esto sin contar la desnutrición, el homicidio y el suicidio.
Así con la última arremetida del cólera, Carmen Luisa pereció, dejando en el mundo un legado de diez y seis crías y dos fardos de ropa lavada.



Luego que la guerra consolidara los mercados salitreros, los capitalistas lograron domesticar parcialmente la mano de obra, esto con gran ayuda de las condiciones geográficas.
Pero la delincuencia y el delito proliferaban en los intensos períodos de crisis.
El tuerto ya representaba dos décadas mas en el cuerpo a pesar de haber transcurrido apenas la mitad desde su llegada al desierto, fue testigo de la violencia y la miseria con que vivían todos los obreros. Este hombre de piel curtida fue uno de los grandes precursores por la lucha reivindicativa obrera. Logró aunar fuerzas suficientes para lograr la primera gran huelga masiva, en que lograron la paralización de las faenas. Las exigencias eran claras, aumento del salario en un 50%; que fuera despedido el pulpero; y que los salarios fueran pagados con plata real y no con fichas. Los capitalistas bajaron furiosos a imponer su propia ley, con decenas de matones y armas de fuego neutralizaron la insurgencia y fusilaron a los principales dirigentes.
El tuerto logró huir pero solo hasta el pueblo próximo, lugar donde fue apaleado y pisoteado dejando apenas una llama de vida en aquel estropajo de carnes y huesos.
Los capitalistas ordenaron a la policía local mantenerlo cautivo y aislado de cualquier contacto hasta el día de su muerte. El tuerto sufrió su fracaso tres largos años en la oscuridad despótica de sus verdugos.

Una tarde de invierno en que Carlos yacía tirado en un rincón de su encierro con el cuerpo deforme y el espíritu extinto, lo fue a visitar un oficial elegante con apellido extranjero. El tuerto lo miró asustado preparándose para una nueva paliza, pero el oficial lo miró y dio una carcajada- no se asuste hombre-, le dijo con acento extranjero, le vengo a informar que ha quedado libre. Carlos fue testigo de una rojiza tarde crepuscular en el valle del desierto, respiró el aire que tanto ansiaba después de tanto cautiverio. Estiró las patas y elongó sus brazos, minutos después depositaban en sus manos un fusil y una cuchilla. Prepárese, le dijo el sargento, nos vienen a invadir de Santiago y usted es responsable de defender la constitucionalidad de esta patria.
La violencia estalló de la forma más cruenta imaginable, la guerra civil fundió las arenas con el cielo y los gritos de espanto rebotaban en las dunas para perderse en el océano , la masacre ahí ocurrida, jamás dejó descansar en paz a los sobrevivientes. Carlos jamás volvió a sonreír.
Dos años antes de su muerte, el tuerto regresó Santiago. Había logrado escapar de esa turba de violencia y explotación, había juntado suficiente dinero como para pasar sus últimos días de forma digna en una casa mediana en barrio periférico.
Parada en una esquina una ramera vendía su cuerpo con mirada perdida, Carlos observó de media cuadra y creyó reconocer esos ojos desafiantes. Se acercó lentamente , la tomó de la mano y la invitó a un motel, ahí la desnudó y contempló.
En su alma atormentada aún quedaba espacio para el amor, la tomó del cuello con su mano áspera y curtida, y pronunció en su oído: hola Carmen Rosa.
Tomando largas caricias en su lomo lesionado, alimentó su fervor llevándolo a la cúspide del tacto y la lascivia.

Ambos sujetos históricos se revolcaron libres en aquel pequeño espacio de fugitivo placer.

Niño huacho heredero, pirquinero, cateador, constructor de poderosas vialidades, hombre sin nombre lanzado a los caminos, cuatrero, bandolero, lobo merodeador, inútil siervo para los poderosos; hombre azotado, domesticado, arrancado de sus raíces; transformado en un débil número negativo, en una calavera encarnada, en una raíz arrancada; padre, hermano, sólo junto a los conjuntos rotos de su madre, se tubo que transformar a la servidumbre para salir a buscar una mísera ración de supervivencia.

Mujer, madre, creadora de espacios, cocinera, agricultora, costurera, lavandera, ramera, marcadora de presencias, constructora de lo popular, necesario alimento de palabras que no saben siquiera balbucear.
Se amaron, se besaron las sudorosas heridas del pasado, bebieron sus sustancias, lamieron sus derrotas. Se camuflaron en otra comarca, se vieron como espejos y en su reflejo
vieron en sus miradas vírgenes dos segundos de ilusión.